María Josefa Mujía

Nació en Sucre, la capital de Bolivia, En 1812. falleció el 30 de julio de 1888, a los 76 años.   Hija del coronel español Miguel Mujía y de la chuquisaqueña Andrea Estrada. 
Una continua sumatoria de desgracias marcó la vida de la chuquisaqueña María Josefa Mujía. La primera le llegó a temprana edad, cuando la muerte le arrebató a su padre Tal fue el impacto de aquella pérdida, que la niña terminó ciega debido “al exceso de llanto”, como lo reflejan distintas reseñas de la época. María Josefa tenía 14 años y Bolivia festejaba el primer año de su independencia y creación.

Fue, paradójicamente, la pérdida de la visión la que llevó a la adolescente a refugiarse en los dominios de la poesía. Primero, a partir de las cotidianas lecturas con que sus hermanos menores la acompañaban y, después, lanzando sus versos al aire para que sean atrapados y plasmados en el papel. Reconocida como la primera voz femenina de Bolivia en explorar las vetas del lirismo, su vena poética, sin embargo, surgió de forma tardía: tenía 39 años cuando se publicó su primer y más representativo poema.
Los desgarradores versos hilvanados por Mujía conmovieron a su hermano menor, Augusto, quien desde la pérdida de la visión de María Josefa se había convertido en su confidente. El joven dedicaba tardes enteras a leer a su hermana obras literarias y religiosas y a redactar las cartas y versos sueltos que ella le dictaba. María Josefa le había hecho prometer que jamás divulgaría sus pensamientos, pero éste no cumplió su palabra. Augusto enseñó La ciega a uno de sus amigos y pocos días después el poema fue publicado en el Eco de la Opinión, impreso chuquisaqueño que dedicó a la autora un sentido editorial.
El historiador y bibliógrafo Gabriel René Moreno —que años después mantuvo una fluida relación epistolar con Mujía— recuperó en su obra Estudios de Literatura Boliviana este episodio. Los versos del poema La ciega, “leídos y releídos en todos los círculos de la capital, produjeron más efecto del que podría esperarse. Muy pocos conocían personalmente a la ciega, y los que sabían de su existencia, ya la habían puesto en el olvido. (…) La generalidad se apresuraba a preguntar quién era este cisne misterioso que desde su lóbrego nido daba al aire tan sentidos acentos. Y todos la compadecieron”.

La Ciega

Todo es noche, noche oscura,
Ya no veo la hermosura...
Ya no es bello el firmamento;
Ya no tienen lucimiento
Las estrellas en el cielo,
Todo cubre un negro velo,
Ni el día tiene esplendor,
No hay matices, no hay colores
Ya no hay plantas, ya no hay flores,
Ni el campo tiene verdor...
Lo que en el mundo adorna y viste;
Todo es noche, noche triste
De confusión y pavor.
Doquier miro, doquier piso.
Nada encuentro y no diviso
Más que lobreguez y horror...
Y en medio de esta desdicha,
Sólo me queda una dicha
Y es la dicha de morir”. 

La molestia inicial de Mujía no residía tanto en la divulgación pública de sus versos como en su convencimiento de que sus poesías no cumplían los requisitos mínimos de una obra literaria. Muestra de ello es la carta de respuesta que Mujía remitió en 1868 a René Moreno, quien le había solicitado el envío de sus poemas. “Mis pobres composiciones en verdad no son más que una miserable arcilla para ser mezcladas entre las bellas flores del genio y no merecen salir a la luz pública. (…) Me parece que como autora, propietaria de ellas, tengo derecho para impedir el que salgan impresas, porque no son dignas ni de ser leídas (…) es así que suplico encarecidamente que (las que están en su poder) las eche al fuego

Los desgarradores versos hilvanados por Mujía conmovieron a su hermano menor, Augusto, quien desde la pérdida de la visión de María Josefa se había convertido en su confidente. El joven dedicaba tardes enteras a leer a su hermana obras literarias y religiosas y a redactar las cartas y versos sueltos que ella le dictaba. María Josefa le había hecho prometer que jamás divulgaría sus pensamientos, pero éste no cumplió su palabra. Augusto enseñó La ciega a uno de sus amigos y pocos días después el poema fue publicado en el Eco de la Opinión, impreso chuquisaqueño que dedicó a la autora un sentido editorial.

La obra de Mujía despertó la admiración de uno de los máximos estudiosos de la historiografía literaria del siglo XIX, el español Marcelino Menéndez y Pelayo. En Historia de la poesía Hispanoamericana se lee: “De esta infeliz señora (…) a quien su inmenso infortunio presta de todos modos la majestad solemne de la muerte, hay unos sencillos e inspirados versos que quiero poner aquí, porque su forma casi infantil tiene más intimidad de sentimiento lírico que todo lo que he visto del Parnaso boliviano”.

El árbol de la esperanza.

Sin hojas y sin ramaje
Marchito y seco ropaje
De tu frescura y verdor,
¡Cuán corta tu vida ha sido!
Contigo todo he perdido
De la fortuna rigor.
(…) Contigo se ha derribado
Todo el bien imaginado
Que el pensamiento creó,
Cual oscilación ligera
Toda ilusión hechicera
Contigo ya se extinguió.
 

No se puede leer la obra de Mujía sin considerar su condición física. Las circunstancias de su vida impregnaron su poética de un aire melancólico, muy a tono con su existencia. “El estado actual de su salud es de una completa oscuridad en la vista. Padece de ataques frecuentes a los oídos tocando ambos extremos, el de una sordera absoluta por un espacio y el de una delicadeza tal en el tímpano que el más ligero ruido le causa una fuerte explosión”, se narraba en el último periodo de su vida.

La mujer se hundió en una depresión profunda que la llevó a acallar su vena poética por un largo periodo. Fue su sobrino, Ricardo Mujía, quien asumió la tarea de redactar y difundir los versos de la poeta. De esta experiencia, rememoró: “Las estrofas eran rápidamente concebidas, jamás revisadas ni corregidas. Cada verso es una improvisación más o menos animada, según el sentimiento predominante en este espíritu soñador”. Sin embargo, su estado físico y anímico melló su talento, como se dijo en La Página Literaria tras la muerte de Mujía. “En sus últimos años decayó su vena artística y sus últimas poesías tenían algo de los cantos postreros del cisne moribundo”.

En la ciudad de Sucre (Bolivia) el  21 de junio  de 1913 se fundo un colegio  posteriormente  las autoridades de educación el Colegio lo convirtieron en Liceo María Josefa Mujia Ha cumplido 107 de existencia. Constituyendo un Liceo dedicado a la formación de estudiantes. El Liceo Mujía es uno de los establecimientos más grandes de Sucre con algo más de 1.200 alumnos sólo de secundaria.